Dentro de poco empieza el invierno. Es una estación de meterse en casa y quedarse cerca del radiador o la chimenea, observando lo que pasa fuera, sabiendo que, aunque llueva o haga frío, no afecta a mi bienestar porque estoy resguardado.
Puede que sea un buen momento para visitar mi casa interior, esa que está calentita en el centro de mi cuerpo: mi corazón. Y quizá puedo tratar de acompasar su ritmo con las estaciones del planeta.
Hay un tiempo para sembrar; un tiempo para dejar crecer; un tiempo para cosechar; un tiempo para descansar.
Con la llegada del invierno empieza la etapa de descanso en la Tierra. Un momento en que todo parece estar muerto, en el que reina la oscuridad y donde no apetece la acción. Y sin embargo, no es un tiempo baldío ¡todo lo contrario! En lo más profundo, la Tierra calienta las semillas, las abriga, las protege para que al llegar la primavera vuelva la vida en la superficie. En mi corazón voy a guardar las semillas de mis planes y mis proyectos. Protegiéndolas con la ilusión y con la intención de sacarlas adelante. 
El solsticio de invierno marca la noche más larga del año. El momento de mayor oscuridad, pero justo ese día también empieza el nacimiento de la luz que iluminará mis intenciones, mi actitud y mi acción.
Me tomo la píldora, descanso, me permito SER en lugar de HACER. Conecto con mi respiración que me recuerda que cada día estoy vivo, viva, en un ciclo eterno, en contacto con los ritmos del planeta.

“Quien mira hacia afuera, duerme y quien mira hacia dentro, despierta”

(Carl Jung)