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Poseemos un cerebro maravilloso puesto al servicio de nuestra vida en ese planeta.  Es capaz de desencadenar cataratas de reacciones químicas para proteger nuestra integridad, proveernos de lo que necesitamos, hacernos más creativos y progresar como especie. Tenemos una mente curiosa que siempre quiere ir más allá: descubrir, inventar, asombrarse… pero ha llegado un punto en que buscar siempre más y más nos ha llevado a ser infelices.  

Miramos hacia el pasado, del que tanto aprendemos para bien y para mal. Y miramos hacia el futuro, anhelando una vida más plena y más feliz.  Y en ese ir y venir del pasado al futuro y del futuro al pasado, no somos conscientes de que todo, absolutamente todo, sucede en nuestra mente.

Una mente que vivimos desde la separación.  Entendemos que lo que nos rodea y quienes nos rodean son algo diferente a nosotros. Anhelamos lo que tienen otros y nosotros no, unas veces con tristeza y otras con envidia. Y cuando lo tenemos, no nos parece que sea para tanto y vamos buscando siempre algo más. En el trabajo, en el dinero, en la salud, en las relaciones: en todos los ámbitos de nuestra vida. 

Así vamos formando la idea de que el futuro nos tendría que traer algo mucho mejor de lo que tenemos ahora y nos empeñamos en perseguir ese “algo” sin darnos cuenta de que estamos perdiendo la oportunidad de ser felices AHORA.

Poco a poco nos vamos apegando a cosas, personas, actitudes, creencias y un largo etcétera que nos llevan desde las cosas que nos pasaron hacia las cosas que queremos que nos pasen. Y no somos conscientes de que todas estas historias – las pasadas y las futuras – están sólo, tan sólo, en nuestro pensamiento.

Así que quizá puede ser un buen momento ahora para observa dónde viven nuestros apegos. Observarlos con amor, con conciencia, sin juzgarlos.  Simplemente observando qué está pasando en nuestra mente y en nuestro cuerpo.

El prospecto de la píldora me dice que busque ratos para sentarme conmigo mismo, conmigo misma. Relajando mi cuerpo y serenando mi mente. Desapretando la mandíbula y relajando el rostro. Observando mi respiración. Curiosamente, mientras estoy leyendo esto, noto como mi respiración se va haciendo más profunda, más lenta y más consciente. 

Es difícil cuando se convive con el Síndrome de Tourette tratar de crear un espacio para darme cuenta de que todo es perfecto. De que este momento es perfecto y abandonando cualquier idea, cualquier apego a lo que creo que significa ser perfecto. Pero si me paro a pensar simplemente en lo que significa estar vivo, el milagro de estar viva, puedo abandonar amablemente esa necesidad de que todo sea perfecto para dar espacio a la gratitud.

Es difícil cuando se convive con el Síndrome de Tourette no escuchar  a la “loca de la casa” diciéndome cosas que a veces son verdad y otras mentira y a las que me apego por el ruido que hacen e mi cabeza. Pero entre pensamiento y pensamiento hay un espacio de silencio. Un espacio de profundo silencio.

Y quizá puedo ayudar a mi hijo, mi hermana, mi marido o mujer dejando de juzgar  con mi silencio su retahíla de pensamientos, dándome cuenta de que él o ella también tienen su “loca de la casa” que funciona a mil por hora. Tan sólo observándole y viendo en él o ella un ser humano  tan vivo y tan perfecto como yo.

Es difícil cuando se convive con el Síndrome de Tourette no estar ensoñando un futuro mejor: “Cuando mi hijo esté tranquilo seré feliz”. “Cuando termine el colegio y se acabe la presión de los estudios seré feliz”. “Cuando el/ella tenga una pareja seré feliz”

Tomándome la píldora mágica, me doy cuenta de que mientras estoy en estos pensamientos me alejo del presente y me apego a la idea de que seré feliz más adelante. Y además soy capaz de recordar que  hoy no necesito nada de lo que hay fuera para sentir la plenitud.

Me tomo la píldora para deshacerme de mis apegos.  Sintiendo que estoy vivo y soy perfecto. En el silencio, aquí y ahora. Sin juzgarme ni juzgar a nadie. Sólo dando gracias.

“En esta vida te van a hacer sufrir muchas cosas, pero la mayoría no te han pasado”

(Nazareth Castellanos – Licenciada en Física teórica y doctora en Medicina – Neurociencia)

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