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Publicada V Edición de la Guía de Orientaciones para la Valoración de la Discapacidad en Enfermedades Raras
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En estos días de confinamiento recibimos muchos mensajes.  Unos nos producen miedo, otros inquietud, otros rabia contra los que mandan. Y luego están los mensajes supermegapositivos: están los sensibleros, los que intentan sacar lo mejor de nosotros mismos, los que nos proponen hacer ejercicio para no volvernos locos.

Sin embargo, los que tenemos un Tourette en casa lo vivimos además de otra manera. Quizá nuestro Tourette está más tranquilo porque no tiene que ir a clase o a trabajar. Quizá está más alterado porque necesita espacio para moverse y crea más tensiones en la convivencia. O quizá está más encerrado en sí mismo ahora que no le queda más remedio que convivir más tiempo y se siente invadido. Para gustos, colores.

¿Y cómo toreo yo en esta plaza?

Quizá es el momento de plantear cosas distintas, que no son tan nuevas.  En vez de mirar el whatsapp y tratar de evadirme viendo mensajes, puedo reunirme conmigo mismo para ver qué tal me encuentro. ¿Qué preguntas puedo hacerme?

Por ejemplo, puedo mirar mi cuerpo y ver cómo está de temperatura. Quizá no tengo la misma temperatura en mis manos que en mis pies o en las partes del cuerpo que llevo cubiertas por tela. Y en estas partes, puedo preguntarle a mi cuerpo cómo es el tacto de la ropa que llevo. Y si es diferente en la ropa que llevo de cintura para arriba que de cintura para abajo.

Quizá puedo preguntar a mis oídos cómo es la calidad sonora ahora que hay tanto silencio. Qué diferencias nota entre el antes o el después.

Quizá puedo preguntar a mi mandíbula y a mis dientes si están apretados o relajados. Y a mi lengua: ¿hay tensión dentro de mi boca?

Puedo preguntar a mis hombros y a mi cuello cómo es la calidad de la carga que llevan ahora. ¿Es más liviana o pesada? Aquello que llevo a cuestas ¿es duro o es blando?

Y así, todo lo que se me ocurra preguntar.

El cuerpo siempre nos informa. Y mientras siento mi cuerpo y le presto atención, mi mente se tranquiliza. Mientras leo estas líneas, quizá puedo ir haciendo que mi respiración sea más lenta y profunda. Y puedo sentir cómo el aire entra en mi cuerpo y cómo el aliento sale, en un profundo ejercicio de reciclaje con el exterior. 

Y hablando de reciclaje. Quizá puedo pensar en qué cosas puedo arreglar en vez de comprar, ahora que no lo tengo tan fácil. A lo mejor recupero algo de mi espíritu infantil y me pongo a pintar botes, a hacer mascarillas o algún tipo de manualidad.  Porque estas actividades, también conectan con la tranquilidad al tener que prestar una precisa atención a lo que estoy haciendo.

Y hablando de prestar atención… ¿hay algo que te absorba la atención más que escuchar un cuento?  Quizá es un buen momento para recuperar el arte de contar historias.  Sí, el arte, porque lo es.

Así que voy a leer este cuento. Si quiero, hasta lo haré en voz alta.

Una noche un anciano indio Cherokee le contó a su nieto la historia de una batalla que tiene lugar en el interior de cada persona. Le dijo: “Dentro de cada uno de nosotros hay una dura batalla entre dos lobos. Uno de ellos es un lobo malvado, violento, lleno de ira y agresividad. El otro es todo bondad, amor, alegría y compasión”. El nieto se quedó unos minutos pensando sobre lo que le había contado su abuelo y finalmente le preguntó: ”Dime abuelo, ¿Cuál de los dos lobos ganará?” Y el anciano indio respondió: “Aquél al que tu alimentes”

Alimentemos nuestra mente con bellas historias, cuentos increíbles y chistes geniales.  Y sentémonos a ver el resultado.

“Los cuentos bonitos siempre hacen perder la noción del  tiempo y, gracias a ellos, nos salvamos del agobio de lo práctico.”

Carmen Martín Gaite)

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